lunes, 29 de mayo de 2017

Islandia en Diciembre

Esta entrada podría llamarse "Islandia, desmontando un mito", pero algunas me tacharían de exagerada o negativa y eso sí que no va conmigo. Tengo que confesar que hace años que soñaba con viajar a esa tierra y más, después de hablar con diferentes personas y que todas me contaran maravillas. Pues eso, lo tenía idealizado. Tenía en mi cabeza la imagen de un lugar con paisajes inigualables, indescriptibles. Y la verdad, es que me he llevado una pequeña decepción y os explicaré porqué. Por otra parte, en mi preparación del viaje, no dejaba de leer que los islandeses son amables y hospitalarios... y mi experiencia ha sido bastante diferente aunque no traumática, por supuesto. Y luego está el  apartado económico, que como ya os imaginaréis Islandia es bastante cara, para que os hagais una idea: 1 pizza + 1 refresco en una cadena de pizzerias nos costó más de 30€. Pero voy a empezar por el principio, porque no todo es negativo.

Volamos desde Barcelona a Reikiavik con Norwegian por muy buen precio, 130€ ida y vuelta, además esta compañía dispone de wi-fi gratis a bordo (punto positivo). El trayecto dura algo más de 4 horas y cuando llegas allí hay una hora de diferencia horaria.

Debes tener en cuenta que Islandia está bastante al norte y que en invierno hay muy pocas horas de luz. Nosotros viajamos a mitades de diciembre y amanecía sobre las 11 de la mañana y se ponía el sol sobre las 4 de la tarde. Si a esto le sumas que este año la climatología no era la habitual y en lugar de nevar, llovía y estaba nublado, pues vimos el sol bastante poco. El motivo que nos llevó a viajar en esta época del año fue que pretendíamos ver auroras boreales y éstas se suelen ver con más probabilidad durante el invierno. Eso sí las verás si el clima te lo permite. Y ese no fue nuestro caso, ya que las tres noches que estuvimos allí las nubes nos taparon el cielo.

Llegamos al aeropuerto de Keflavik y allí cogimos un bus hacia Reikiavik (45mins aprox), el precio del bus es de unos 20€ el trayecto. Algunos te dejan directamente en tu alojamiento, otros en la estación central. Los alojamientos en la ciudad son bastante caros, escogimos un Guesthouse que era de lo más económico y nos costó casi 70€ la noche dos personas. No era ninguna maravilla, pero estaba cerca de la estación y se podía ir andando al centro. Allí descubrí por primera vez que los islandeses no son de persé amabilísimos, el dueño nos permitió dejar las mochilas fuera de horario de check-in, pero su recibimiento y el trato en general fue bastante seco.

Cogimos un mapa y nos fuimos a descubrir Reikiavik y en busca de unas piscinas de aguas termales que hay en la ciudad. No son el famoso blue lagoon que descartamos por precio, clima y falta de tiempo. Son unas piscinas municipales bastante grandes interiores y exteriores con agua termal directamente del subsuelo de la costa de Reikiavik. La entrada nos costó 9€, debes llevar bañador, toalla y chanclas, como en cualquier piscina, lo curioso aquí es que te obligan a ducharte y lavarte a conciencia antes de ponerte el bañador y hay una persona vigilando que lo hagas así en el interior de los vestuarios. El baño en agua caliente con el exterior a un grado no está mal, es una experiencia bastante interesante, pero cuando llevas una hora en remojo los deditos ya se te vuelven garbancitos. Así que salimos en busca de algo que comer y nos encontramos esa pizza a precio de oro que ya os he contado. En realidad la solución a eso fue facil, buscamos un supermercado y compramos pan y embutido para hacernos bocadillos y un poco de fruta y así alimentarnos sin vender nuestros organos (es broma, pero comprar en el super es buena idea).

La ciudad de Reikiavik no es especialmente encantadora para mi gusto, al estar junto al mar, caminar por ella con lluvia y viento es bastante incómodo. Pero merece un paseo, tiene una gran iglesia bastante característica por fuera, aunque por dentro no es nada del otro mundo. También hay una pequeña montaña a la que puedes subir andando y ver la ciudad desde arriba.

Ya que nuestro viaje era un poco relámpago, decidimos contratar excursiones organizadas para aprovechar al máximo el tiempo, esto significa sacrificar la libertad de decidir cuanto rato quieres estar en cada sitio pero te asegura llegar a los sitios con luz y sin perderte. La empresa Gray line es bastante famosa y tiene mucha ofertas diferentes, aunque no es barata  y los guías hablan ingles.

A las 9 de la mañana nos recogieron en el hotel y empezó nuestro día de ruta pasado por agua. Hicimos el famoso círculo dorado, en el que visitas el parque nacional de Phingville, la cascada de Gulfos y los geyser. La lluvia y el viento no nos dieron tregua, pero a pesar de las inclemencias disfrutamos de esos bonitos paisajes dentro de lo posible.





Durante la noche el viento y la lluvia continuaron, pero al despertar nos encontramos con la bonita sorpresa de que no llovía, así que nos vestimos con nuestra ropa más invernal y nos dispusimos a disfrutar de la naturaleza. Volcanes, cascadas, playas de arena negra, columnas de basalto y como colofón, nos calzamos unos crampones y nos dimos un paseíto por un glaciar. Experiencia totalmente recomendable, por muchas razones, como que no tenemos glaciares de esa magnitud dn nuestro país y no sabemos cuantos años van a durar los que hay en el mundo, porque se deshacen a un ritmo terrorífico gracias al calentamiento global. 









Nuestro objetivo de ver auroras boreales no se cumplió porque a pesar de que la lluvia cesó, las nubes seguían tapando el cielo nocturno de la fría Islandia. Así que, nos quedamos con la espinita y buscaremos las auroras en otra ocasión.

Tengo que decir que he sido dura en mi entrada y un poco injusta porque he visto solo parte de Islandia y además con pocas horas de luz y en un viaje exprés. En realidad mi conclusión es que ha valido la pena y que lo recomiendo, pero de otra manera, con más tiempo y en una época del año un poco más amable, alquilando un coche y con un mapa y a la aventura...